
Iglesia católica de Santa Ana
El sacramento del bautismo no sólo nos da la gracia santificadora, sino que también nos hace hijos adoptivos de Dios y herederos del cielo. Decimos hijos “adoptivos” porque Dios Padre tiene un solo Hijo engendrado: Jesucristo. Él es el único Hijo de Dios a través de la generación; el resto de nosotros nos convertimos en hijos de Dios por adopción.
Como hijos de Dios, recibimos nuestra herencia en el momento mismo de nuestra adopción, en el momento mismo del Bautismo. Nuestra herencia es la unión eterna con Dios, y la tenemos ahora, una vez que somos bautizados. Nadie puede quitarnos esta herencia. Ni siquiera Dios, quien se ha comprometido mediante promesa irrevocable a no retirar nunca lo que nos ha dado. Nosotros mismos podemos renunciar a nuestros derechos –como lo haremos si cometemos un pecado mortal–, pero nadie más puede privarnos de nuestra herencia. El punto que debe enfatizarse, y que nunca debe olvidarse, es que estamos potencialmente en el Cielo en el momento en que somos bautizados.